Aquella mañana estaba triste porque no sentía a Dios. Me parecía que mi corazón era semejante al hierro. No podía pensar en Dios, e invoqué al Espíritu Santo. Le dije: "Tú eres quien nos hace conocer a Jesús. Los apóstoles estuvieron largo tiempo con él sin comprenderlo, pero una gota de ti se lo hizo comprender. También me lo harás comprender a mí. ¡Ven consuelo mío, ven alegría mía, ven paz mía, mi fuerza, mi luz!".
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