Martirologio Romano:
Memoria de san Antonio, abad, que, habiendo perdido a sus padres, distribuyó
todos sus bienes entre los pobres siguiendo la indicación evangélica y se
retiró a la soledad de la Tebaida, en Egipto, donde llevó una vida ascética.
Trabajó para reforzar la acción de la Iglesia, sostuvo a los confesores de la
fe durante la persecución del emperador Diocleciano y apoyó a san Atanasio
contra los arrianos, y reunió a tantos discípulos que mereció ser considerado
padre de los monjes (356).
Se cuenta que en una
ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos (que estaban ciegos), en
actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales y desde entonces la
madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se acercara
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